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Arquitectos: R-Zero Studio
- Área: 2330 m²
- Año: 2015
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Fotografías:Moritz Bernoully
Descripción enviada por el equipo del proyecto. El edificio en cuestión data de principios del siglo XX y es un inmueble catalogado por su valor histórico, artístico y patrimonial por el INBA, el INAH y SEDUVI, destinado originalmente al alojo de múltiples viviendas pero que en su larga vida albergó desde la sede de Libreros Mexicanos Unidos hasta una pastelería y un club de giro negro. Toda esa experiencia previa es precisamente la que le concede una personalidad particular y hace que su espacio interior sea único. Tal y como sucede con un individuo real, el edificio adquiere su carácter por sus experiencias, de manera casi empírica, y de ahí sus señas particulares, sus cicatrices, sus arrugas, mismas que en este proyecto no serán borradas ni maquilladas, sino que formarán parte de la expresión que adquirirá al contener un nuevo uso, un capítulo más en su de por sí rica vida.
El contexto en el que se desenvuelve el predio ha sufrido por muchas causalidades a lo largo de los tiempos, a principios del siglo XX era una zona de casas de campo, pero el crecimiento de la ciudad y su cercanía con el centro histórico, provocando el abandono de estas propiedades. La destrucción masiva que el terremoto de 1985 generó en las colonias del centro de la ciudad, un efecto negativo en las dinámicas de distribución de la población y la consolidación de los barrios históricos de la zona urbana.
Al ser un edificio catalogado por el INBA, la intervención deberá de conservar la esencia del objeto arquitectónico preexistente. Responde a los requerimientos de tres diferentes órganos del gobierno, espacios flexibles y amplitud visual, buscando dar a cada cliente un sentido de apropiación de su espacio poniendo énfasis en la plaza de acceso.
Crear sin construir, suena como una meta casi imposible, pero sin duda eficaz e innovadora. La idea detrás de la obra es la que predomina sobre cualquier representación formal de la misma. Es precisamente la claridad de un concepto la que determina la potencia detrás de un proyecto que visualmente resulta muy atractivo, superando los elementos físicos que lo materializan en una realidad. Al final lo que queda es un recuerdo rico en sensaciones, que se genera a partir de todo lo que está y estaba, de estímulos inesperados y constantes en los que predomina más que nada el espacio –al fin y al cabo, la arquitectura.
Existen algunos antecedentes exitosos que han manejado las premisas mencionadas anteriormente, como el trabajo de Donald Judd en Marfa, Texas o más recientemente el proyecto de El Matadero en Madrid, intervenciones que van más allá de tomar un cascarón “viejo” y rejuvenecerlo. Se trata de jugar con lo existente, no de adaptarlo, renovarlo o mejorarlo, sino simplemente de utilizarlo, una acción más valiente y compleja de lo que parece, una acción que va casi en contra de la supuesta labor del arquitecto difundida en escuelas y en el mismo ámbito laboral de la profesión. Se trata de hacer arquitectura sin construir.
Desde los primeros trazos se buscó la generación de bloques sólidos y vacíos, es decir el positivo y el negativo entre espacios, el acomodo de estos bloques en el que se juega con su altura va en torno a un patio central. Con ello se logra tener espacios estáticos (sala, habitaciones, estudio) y dinámicos (escaleras, pasillos).
El interior del edificio es rico en texturas, abundan por doquier. Texturas que no pueden producirse de manera artificial, texturas que se generan solamente con el paso del tiempo y que de ninguna manera serán negadas. No importa si existe pintura desgastada, tabique expuesto, vegetación saliendo de los muros o vigas que alguna vez sostenían algo y que ahora cumplen funciones casi escultóricas, nada se toca, la única “limitante” es por supuesto la conservación del edificio.